Ahí estaba yo, una italiana bamba, con pasaporte de la comunidad europea, que sólo sabía decir “grazie”, “nonno”, “nonna” y “buona notte”, y sin saber nadar, parada en el Haven van Amsterdam frente al barco italiano más hermoso del mundo: el Allegra, de Costa Crociere.
Había llegado allí luego de una larga preparación en Lima (teórica por supuesto) y de un extenso y espirituoso viaje vía Miami, luego de haberme visto forzada a buscar laburo en lo que sea porque terminada la universidad no había trabajo. Eran los 90s, mi país estaba destruido (como ahora) y los jóvenes no conseguíamos que nos contraten para lo que habíamos estudiado.
Gracias a mi carrera como traductora, me eligieron en Costa para Supervisora de Room Service, lo cual al inicio me entusiasmó, pero al poco tiempo descubrí que no había propinas y ya no me gustó tanto porque las propinas en realidad eran lo mejor del contrato.
¿Por qué siendo descendiente de italianos no sabía hablar ese idioma a los 24 años? Falta de interés e imagino que también falta de estímulo de mi familia.
¿Por qué no sabía nadar a los 24 años? Tal vez el génesis sea aquella vez que en El Silencio y con sólo 5 años, estando yo de espaldas al mar saludando a mi mami, vino una ola y me revolcó de tal manera que tuvieron que correr a sacarme. Desde entonces no soporto tener la cara debajo del agua, ni siquiera en la ducha.
El mar, aunque siempre ha sido muy atemorizante para mí, me atrae. Me encanta su inmensidad, su eterno vaivén, su música, su olor…. En el Allegra me volví gente di mare y aprendí a caminar firme a pesar del vaivén de las olas. En esa época no tenía ni idea de cuánto me serviría esa lección muchos años después para salir a flote luego de las tormentas de la vida.
No sabía nadar, ni hablar italiano, ni vivir sola y, sin embargo, allí estaba yo parada frente a este edificio flotante. Inmenso. Lista para sumergirme en sus entrañas.
Lejos del glamour con el que los pasajeros eran recibidos, a mí me esperaba una angosta e inestable rampa de madera que desembocaba en una puerta falsa que daba a la lavandería. ¡Recuerdo con estremecimiento el momento en el que mi maleta tambaleó y casi se cae al mar!
Una vez dentro, me sentí como en la panza de una ballena. Todos caminaban rápido, hablaban fuerte en mil idiomas y parecía que nadie se daba cuenta que yo estaba allí. En realidad así fue y me sentía engullida e indefensa.
Desorientada, sin saber qué hacer ni a dónde ir, finalmente llegué al camarote asignado tras hacer muchas preguntas en varias lenguas.
Al ser Room Service Supervisor (la única y breve vez en mi vida en la que he sido jefe) me tocó una habitación de lujo comparada a la que luego tuve.
En esa cabina muy linda, me dominó el silencio y la oscuridad. Arrepentimiento. Soledad. Miedo. Angustia. Esas sensaciones me acompañaron durante el primer mes de mi estadía. Sólo trabajaba y lloraba al llegar a mi habitación.
Al finalizar el primer mes y con las lágrimas casi agotadas en mi organismo, me dije «BASTA, o te regresas a tu casa o dejas de llorar y disfrutas de esta aventura». De manera que me sequé la cara, dejé de darme pena y fui a pedir que me cambiaran de puesto a Cabin Stewardess para poder tener propinas y empezar a disfrutar mi estadía.
Con incredulidad me aceptaron la solicitud porque era una posición de menos sueldo y jerarquía, pero nada de eso me importó. ¿De qué me servía ganar más si me pasaba el día entero en una cocina de acero inoxidable atendiendo las llamadas de los pasajeros, lejos de cualquier movimiento, sin ventanas, ni alegrías?
Regresé entonces a la lavandería, que fue el primer lugar que conocí, a cambiar de uniforme por mi mandil azul de día y mi falda negra para la noche. Trabajaba de 6 am a 12 m, tenía 4 horas de descanso que utilizaba para salir a conocer los puertos cuando estábamos en tierra y para recorrer el barco cuando había navegación. Una de las cosas más placenteras para mí era salir a la proa donde sólo podíamos ir los tripulantes y oler el mar y mirar su infinita perfección. Luego trabajaba de 4 pm hasta casi la medianoche, 7 días a la semana. Al terminar, iba directo al crew bar a bailar (y beber) hasta el amanecer… y luego empezar un nuevo día.
La verdad, no sé cómo mi cuerpo aguantaba tanto desmadre. Juventud que le llaman.
Gracias a este trabajo estuve en 38 ciudades desde Amsterdam hasta Odessa, desde Barbados hasta San Juan…, conocí personas increíbles, de muchos países; me descubrí a mí misma, aprendí a vivir sola, aprendí italiano, me volví adulta.
Me acompañan los más lindos recuerdos de esta etapa de mi vida. Los momentos feos (¡claro que los hubo!) los he minimizado. Fue mi primer contacto con el racismo y con el acoso sexual. Me decían mula de carga por ser sudamericana asumiendo que no les entendía por ser una latina “ignorante”.
Pero seguramente gracias a estos maltratos, entiendo perfectamente cómo se siente ser discriminado y abusado, y por eso hoy defiendo todas las causas de los grupos minoritarios y marginados; jamás me voy de ningún lugar sin dejar propina a los mozos o a los que me arreglan las habitaciones de hotel; y me esfuerzo por no olvidar el italiano aprendido.
Aquí estoy yo, una italiana bamba, y sin saber nadar, recordando al barco italiano más hermoso del mundo: el Allegra, que nació el mismo año que yo en 1969 como un porta contenedores llamado Annie Johnson y que luego fue remodelado y acondicionado como crucero para ser rebautizado y relanzado en 1992, sólo 2 años antes que yo me embarcara en él. En 2012, luego de un incendio que lo dejó varado en el mar con más de 900 personas a bordo, el Allegra fue desguazado y ver las fotos del desguace me produce una tristeza que probablemente sólo GC y CB (y VS), mis queridos compañeros de aventura, podrían entender.
Addio Allegra, sono estata molto felice nel tuo grembo di metallo…
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Umberto Tozzi, me acompañó durante toda la travesía. Sus bellas canciones como Ti Amo, Tú y, por supuesto, Gente di Mare me traen hermosos recuerdos… les dejo la letra de ésta última… búsquenla en Spotify…
Gente di mare
A noi che siamo gente di pianura
Navigatori esperti di città
Il mare ci fa sempre un po’ paura
Per quell’idea di troppa libertà
Eppure, abbiamo il sale nei capelli
Del mare abbiamo le profondità
E donne infreddolite negli scialli
Che aspettano che cosa non si sa
Gente di mare che se ne va
Dove gli pare dove non sa
Gente che muore di nostalgia
Ma quando torna dopo un giorno muore
Per la voglia di andare via
(Gente di mare) E quando ci fermiamo sulla riva
(Gente che va) Lo sguardo all’orizzonte se ne va
(Gente di mare) Portandoci i pensieri alla deriva
Per quell’idea di troppa libertà
Gente di mare che se ne va
Dove gli pare dove non sa
Gente corsara che non c’è più
Gente lontana che porta nel cuore
Questo grande fratello blu
Al di là del mare, c’è qualcuno che
C’è qualcuno che non sa niente di te
Gente di mare che se ne va
Dove gli pare ma dove non sa
Noi prigionieri di queste città
Viviamo sempre di oggi e di ieri
Inchiodati dalla realtà
E la gente di mare va
Gente di mare che se ne va (che se ne va)
Dove gli pare ma dove non sa (dove non sa)
Noi prigionieri di queste grandi città
Viviamo sempre di oggi e di ieri
Inchiodati dalla realtà
E la gente di mare va
Foto propia
