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70. Ángeles de la guarda

Son tantas las variables que tienen que converger para que uno transite ileso por este universo durante varios años (incluso para que uno llegue a él), que es inevitable, al menos para mí, reflexionar permanentemente sobre los seres sobrenaturales que deambulan de manera invisible alrededor de nuestro aparente mundo “real”, cuidándonos para que no nos pase nada.

Como mi nonna murió cuando yo era muy pequeña, desde chica me acostumbré a pensar que ella siempre me cuidaba. El día de hoy ya no sólo me cuida ella, sino también mi mami, así que me siento bendecida de tener a estas ilustres embajadoras del más allá cuidándome en el más acá.

Pero volviendo a antaño, hubo un especial suceso que marcó mi manera de ver el mundo y el destino. Eran los 80s y en mi país vivíamos la peor época de una violencia infernal. Sin embargo, mi mamá siempre se encargó de que yo tuviera una vida llena de emociones positivas. Tenía muy buenos amigos y participaba siempre en viajes y reuniones a donde me llevaba de cola todo el tiempo.

En una de aquellas ocasiones viajamos con un grupo de compañeros de un curso que estaba llevando en la universidad a una meseta de origen volcánico de la Cordillera de los Andes al este de la ciudad donde vivíamos.

El recorrido inició con un viaje en autobús por 2 horas, para luego hacer un trasbordo y continuar el periplo por 3 horas más hasta la ciudad desde donde había que caminar cuesta arriba hasta alcanzar los 4,000 msnm.

Caminamos y caminamos, iluminadas por un sol maravilloso a pesar del frío del mes de julio. Nos pasaban a cada rato raudos pobladores acostumbrados al poco oxígeno, mientras nosotras, costeñitas, penosamente caminábamos rogando que por fin terminara el ascenso.

Luego de largas horas cayó el manto nocturno y un paisaje maravilloso de luces tintineantes nos alumbró tenuemente. Todo el grupo se había dispersado pues cada quien caminaba a su ritmo y, así, sin darnos cuenta nos quedamos solas acompañadas solamente de nuestra respiración y de nuestros cada vez más intensos latidos.

Y entonces el soroche (mal de altura) me atrapó de un zarpazo y las náuseas y migraña me inmovilizaron. Mi mamá, que era quien normalmente sufría de fuertes dolores de cabeza, al verme tan mal, no sintió malestar alguno y me alentaba a seguir para poder llegar a la meseta y descansar en el campamento junto con todos los demás. Pero me sentía tan pero tan mal que no podía moverme.

De pronto, se acercaron dos jóvenes caminantes. Uno de ellos me cargó, el otro agarró a mi mamá de la mano y nos ayudaron a llegar al campamento.

A la mañana siguiente, ya repuestas del agotamiento y malestar regresamos al camino recorrido sólo para constatar que habíamos estado caminando la noche anterior al borde del precipicio y que sin la ayuda de estas dos personas (¿?) hubiéramos podido caer y morir.

El campamento era pequeño y sólo había 2 grupos. El nuestro y otro más. Mi mamá recorrió todas las carpas para buscar a los jóvenes y agradecerles nuevamente por su ayuda la noche anterior, pero no los encontró y nadie parecía conocerlos. Se esfumaron.

Estoy segura de que fueron dos ángeles de la guarda. Y como contra la fe no hay mucho que se pueda hacer, no ha habido en estos 40 años explicación alguna que me haya hecho cambiar de opinión. Me gusta y me reconforta saber que allá arriba velan por nosotros, que hay un coro de ángeles supervisando, monitoreando, reparando, corrigiendo, administrando nuestra materialidad.

El viaje que narro sin duda fue mágico. Entre mis recuerdos de niña se cuelan una viuda cantando El Gato Que Está Triste y Azul frente a una fogata, mirando las estrellas y pensando en su esposo muerto, la camaradería, el queso, las maravillosas formaciones rocosas de granito cuyo origen tiene distintas teorías (incluso algunos piensan que ahí aterrizan ovnis por su campo magnético), el magnífico cielo azul, las nubes gordas y tupidas, la voz de mi mami, su ternura infinita y su risa contagiosa, la solidaridad de gente que no conocíamos, la emoción de lo desconocido, lo profundo del manto nocturno, la eternidad…

Y eternos son esos momentos porque viven para siempre en mi memoria que he abierto un ratito para compartirlos contigo. Y tú, tienes ángeles de la guarda? Apuesto que sí. Ayúdalos, cuídate, sé prudente para que no les des demasiada lata!

Foto: wikipedia

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