Entre 1964 y 1972, y durante 8 temporadas, se emitió en USA el programa Bewitched, pero no fue sino hasta finales de los 70 que llegó a mi pantalla Zenit en blanco y negro.
En esa época yo iba al colegio por las tardes y regresaba volando a mi casa entusiasmada para ver mi serie favorita entre todas las favoritas: Hechizada, en el canal 5, si mi no tan arrugada memoria no me engaña.
La dulzura y ocurrencias tan inocentes de Samantha acompañaron las tardes de mi infancia, me llenaron de alegría el corazón y guardé estas imágenes para siempre en un rinconcito del alma mía.
No fue sino hasta el 2022 que volví a ver los 254 episodios de mi serie favorita de favoritas, reviviendo las ocurrencias de sus personajes y siendo benevolente con la posición abiertamente machista de sus guionistas. Y es que cuando se ama se perdona (casi) todo…
Los Stevens, Darrin, Samantha, Tabatha y Adam, eran todo lo que yo anhelaba y que no tenía en esa época: un papá que no se había ido de la casa y un hermano cuyo camino no se había truncado antes de llegar a su hogar. Una familia feliz, donde la única “infelicidad” eran los hechizos voluntarios e involuntarios de Sam.
En mi recuerdo siguen anidando esas tardes de invierno con llovizna, olor a pan, cielos grises y el Zenit en blanco y negro, en cuya retina quedaron intactos los momentos de enorme dicha de una infancia que, aún sin hechizos, fue mágica y divertida.
Cuando Elizabeth Montgomery murió, a mediados de los 90, una gran pena me inundó porque quizás en mi imaginario infantil había quedado sellada la idea de que Samantha Stevens y Elizabeth Montgomery eran inmortales y, entonces, la mortalidad de la actriz me impactó.
Me gusta creer, en cambio, que Samantha es eterna; de hecho, ella en el embrujo de mi firmamento sigue dando círculos en su escoba, y, con algunos movimientos rápidos de nariz, continúa haciendo felices a los habitantes del 1164 de Morning Glory Circle…
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