Recibí los resultados y en seguida los latidos del corazón se aceleraron. La sangre se me puso espesa y recurrí a todas las plegarias conocidas e inventadas pidiendo que las noticias fueran buenas. Lo fueron y renací.
Inmediatamente recordé que hubo noticias no tan felices para personas muy cercanas y que no tuvieron la suerte de recibir buenos resultados.
Esas personas tuvieron que recorrer un camino arduo y espinoso, oscuro, lleno de dudas con la incertidumbre del futuro, del dolor, del sufrimiento y de los que dejarían en caso la parca viniera a buscarlos.
La muerte es parte de la vida, lo sabemos. Es inevitable. Todos pasaremos por eso. Nadie se libra. No es un castigo como piensan aquellos de mente estrecha. No controlamos cuándo sucederá. Sólo podemos vivir de la forma más saludable posible y pasar chequeos médicos anuales con puntualidad y disciplina.
Pero igual de importante que eso, debemos transitar por este mundo dando lo mejor de uno, expresando el amor que sentimos tantas veces como sea posible, disfrutando el minuto a minuto, haciendo planes y llevándolos a cabo, compartiendo con la gente que amamos, haciendo ejercicio para no ser un estorbo en la vejez, comiendo lo que nos gusta, viajando a los mismos lugares o a nuevos territorios, leyendo muchísimo, yendo al teatro y al cine, escuchando la música que nos haga felices, llevando talleres, estudiando, ayudando a la gente que lo necesite en la medida de nuestras posibilidades, siendo siempre mejores que ayer!
Mis amigos felizmente lograron salir de la oscuridad de la enfermedad. Fueron valientes y decididos, y se entregaron a los tratamientos, exámenes, medicamentos, análisis, citas y toda esa bruma incómoda e irremediable que cubre a las enfermedades largas y complicadas.
Y entonces me pregunté qué pasaría si yo recibiera malas noticias. Y no tardé en responderme a mí misma que seguramente las enfrentaría con la misma valentía que en el pasado encaré al cuco que salió debajo de mi cama y me sacudió de manera ininterrumpida por cinco largos años.
La vida te va preparando para las pruebas que aparecen como en la chistera de un mago. De pronto y sin previo aviso; sin tiempo para agarrarse de la silla y no salir volando. De eso tengo demasiadas evidencias a estas alturas. Siempre recuerdo, por ejemplo, la desesperación que sentía cuando pensaba en la muerte de mis papás. Al ser hija única era muy pegada a ellos y me angustiaba de una manera colosal el hecho de tener que vivir en esta tierra sin su compañía. Felizmente el huaico llegó primero y eso me preparó para recibir la muerte de esos seres tan importantes para mí de una manera serena, reconfortada por los hermosos recuerdos que fui coleccionando mientras crecía rodeada del amor imperfecto pero infinito que me dieron a borbotones.
No hay mal que por bien no venga reza el dicho. Puedo afirmar muy convencida que es cierto y que las malas noticias tarde o temprano son el faro que te ilumina en los capítulos venideros de tu propia novela.
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