Ese pronunciamiento enigmático de quien juzga sin miramientos atravesó la piel de la muchacha que, encorvada, intentaba sin éxito alguno desaparecer en cuerpo y alma de ahí.
Las líneas le llegaron de manera directa y sin escalas y creyó que nunca más el sol se asomaría por las calles retorcidas y humeantes de su frágil memoria.
La felicidad parecía haber escapado de los recovecos del tugurizado barrio donde escribió sus primeras líneas, donde dio sus primeros besos y donde le hablaron de amor.
Nada hacía presagiar en esos tiempos el terrible destino que atisbaba a la vuelta de la esquina y que, como un ladrón, la escrutaba entera hasta engullirla, revolverla y escupirla completamente desesperanzada y mustia.
Los recuerdos del trauma vivido habían atiborrado todos los espacios de sus células y hasta cuando respiraba podía sentir el ulular de los vientos maliciosos.
Cerró los ojos y entonces, de la nada, un arpegio con una melodía familiar navegó hasta sus oídos, encarriló el desmadre de emociones que la aturdían sin cesar y se aferró a las buenas sensaciones como a una enredadera infinita. Y subió y subió, alejándose cada vez con mayor rapidez del hueco negro y arremolinado que la llamaba sin cesar.
Al llegar a la cima, vio el horizonte, la posibilidad, el orgullo de su logro, su propósito en la vida. Decidió que no permitiría que ningún esperpento le llenara de polvo la mente y el espíritu, y se prometió en ese instante que sólo dejaría que en su cabecita habitaran nubes blancas, redondas y mullidas donde pudiera acomodar su ansiedad para que no se expandiera más de la cuenta.
Apretó los puños y al soltarlos se miró las manos. Las uñas inexistentes producto del temor que la acosaba. Pronto las tendría largas nuevamente, aseguró con firmeza.
Y entonces se sacudió porque “siempre hay que seguir aunque sea por curiosidad” {recordó estas palabras de Martin Hache}
Volvió pues a sus momentos felices envasados en hermosos frascos de cristal. Los olfateó y sonrió. Decidió al fin que, si alguna vez volvía a amar, recordaría siempre la frase sabia de Ketut en Eat, Pray, Love:
“Sometimes to lose balance for love is part of living a balanced life. (…) Balance (…) is not letting anybody love you less than you love yourself”
[A veces perder el equilibrio por amor forma parte de vivir una vida equilibrada (…) Equilibrio (…) es no dejar que nadie te ame menos de lo que tú te amas a ti mism@]
Foto tomada de Pinterest
