Los días posteriores al evento que desencadenó mi huaico fueron oscuros, confusos y terriblemente aleccionadores.
Descubrí un talento de investigadora que no sabía que tenía. Fui coleccionando con paciencia y tesón todas las pruebas que el perpetrador de la paz de mi hogar iba regando por todos los lugares donde circulaba. Se había escudado en una agresividad silenciosa y pasiva que es tan dañina como la verbal y la física, y que deja cicatrices invisibles … en el alma. Ya me había atacado verbalmente y de su boca habían salido maldades que aún recuerdo con amargor. Creía que así me intimidaría. Por supuesto tenía miedo cada vez que recababa las pruebas porque estoy acostumbrada a obrar correctamente y cualquier evento que transgreda lo correcto me atemoriza; sin embargo, había que llegar a la verdad, ya que el transgresor había demostrado su mitomanía en su máximo esplendor y por esa vía no conseguiría nada.
Más allá de las pruebas que mis hijos encontraron en las redes y que fueron un craso error que no midió a pesar de ser un hombre inteligente, encontré un sin fin de vouchers de compras de regalos caros, evidentemente para mujeres, e incluso preservativos en su carro…
Me sentía atrapada en una pesadilla. ¿Cuál era la necesidad de hacernos pasar por todo este dolor a sus hijos y a mí? ¿Cuál era la necesidad de humillarme tanto?
Cuando el 17 de abril mi hijo encontró un mensaje de una de las mujerzuelas con las que me engañaba, inicié el contacto formal con mi abogada para que me oriente pues hasta entonces lo único que había hecho era recabar pruebas, llorar, secarme la cara, trabajar, repeat…
Dentro de todo mi dolor, me sentía aliviada pues sabía que no eran sospechas. Ya todo tenía forma, color, olor y sabor a traición. No sólo a su esposa; sino, y sobre todo, a sus hijos. No había necesidad de burlarse así de nuestro hogar, pero sí había necesidad de tener huevos para enfrentarme y decirme «No te amo más. Quiero estar solo. Pero te respeto y no quiero hacer nada incorrecto antes de terminar las cosas contigo». Pero claro, estaríamos pidiéndole peras al olmo porque ya sabemos que el sujeto nunca llegó a la repartición de decencia…