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19. Junio

Es junio del 2018. Hace casi año y medio que nos sorprendió el huaico y hace casi un año que sacamos al difunto definitivamente de nuestras vidas.

Fueron meses muy duros para los tres, especialmente para mis hijos.

Los que han estado en alguna embarcación por temporadas largas sabrán que al principio cuesta adaptarse al meneo de las olas, pero una vez que te acostumbras, el meneo es normal y más bien lo raro es que todo esté quieto.

En este punto de nuestras vidas estábamos tratando de cogerle el paso al meneo de nuestra embarcación.

Mi hijo bebía en exceso cada vez que tenía una reu, tratando de buscar en el alcohol la alegría y paz perdidas.

Mi hija se aferró a un mal amor que sólo la dañaba, pero que no quería soltar por miedo a que lo único que en teoría la hacía feliz acabara.

Y acabó. Ese junio fue la primera vez que mi hija celebró su cumpleaños sin su padre y el mes en el que terminó su relación. La estrepitosa caída producto del rompimiento fue muy dolorosa y tuvo consecuencias nefastas en su salud física y mental … y, por ende, en lo académico y laboral.

Mientras tanto, mi hijo se empeñaba en asegurar que estaba bien cuando todo su comportamiento indicaba lo contrario.

Los tres andábamos perdidos con los coletazos que el mar aventaba contra nuestra embarcación, pero yo seguía remando desesperada para no hundirnos, y ciertamente ellos también lo hacían aunque un poco (bastante) obligados por mí. No perdía la esperanza de llegar a buen puerto.

Mi hijo felizmente logró salir bien en la universidad.

Mi hija dejó todas las actividades académicas y laborales que en ese momento tenía.

Demás está decir que me invadía un miedo feroz de que mis hijos colapsaran de un modo sin retorno. Que toda esta situación los dejara huérfanos de alegría y ganas de vivir.

Fueron meses llenos de angustia y temor. Sentí que éste era el hoyo, aunque (yo no lo sabía) aún faltaban más pruebas que afrontar.

Dicen que el universo sólo nos pone pruebas que podemos afrontar. También dicen que dios envía las pruebas más duras a sus guerreros más fuertes.

Yo no sé si somos fuertes o los más valientes. Pero sí sé que el círculo de familia y amigos que nos sostuvo fue (y sigue siendo) el más sólido, desinteresado, generoso y amoroso del mundo mundial. Gracias a ese círculo no nos hundimos ni colapsamos.

Logramos agarrarle el truco al meneo del océano profundo y oscuro donde navegamos estos dos largos años…|

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