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11. El Yoga Y Yo

Mi hija me pidió comprarle un libro llamado ¿Yoga o Clonazepam? El nombre me pareció muy original y así supe de la existencia de Jessica Vega. Nunca me imaginé que adquirir ese libro por encargo me salvaría, unos meses después, de los demonios desatados en mi interior.

Fue en setiembre que me inscribí en el taller de yoga dirigido por esta joven mujer menudita a quien, con sólo mirarla, era fácil de sentir igual a uno. Entré temerosa al lugar de mi primera clase, aterrorizada porque quizás me exigirían hacer piruetas imposibles. El grupo era mixto y de todas las edades. Eso me dio un poco de alivio porque había gente mayor que yo, así que tan difícil no debía ser.

Como ocurre normalmente, Jessica nos pidió que nos presentáramos y dijéramos por qué estábamos allí. Me sorprendió que el 90% tuviera problemas laborales y entonces agradecí a Dios por trabajar en un lugar armonioso con gente valiosa. Cuando llegó mi turno, sólo alcancé a balbucear mi nombre y decir escuetamente que estaba allí por temas personales. El nudo en la garganta apareció inevitablemente y tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar.

Luego de la rueda de presentación comenzaron los ejercicios y fue sorprendente cómo una actividad tan natural y a la que casi no ponemos atención puede llegar a convertirse en un calmante natural. No hubo poses extrañas o anatómicamente incorrectas. Sólo mucha paz, calma y sosiego. Durante los ejercicios sentí como si presionara el botón de pausa para no seguir teniendo 1,000 pensamientos por minuto. Sentir el oxígeno ingresando lentamente por mi cuerpo, en silencio, acompañada por la voz tranquila y empática de Jessica fue como una pócima y entonces entendí el título del libro que había comprado a mi hija.

Pero durante las sesiones de yoga no todo era respirar. También hubo momentos de ver videos y de enseñanzas claves. Las 2 que más recuerdo y atesoro son un video de Buda y un niño a la orilla de un río, donde Buda le enseña que cada hoja arrastrada por la corriente representa cada uno de nuestros pensamientos y que no debemos dejarnos arrastrar por la corriente, sino esperar, ver pasar los pensamientos con calma y paciencia, hasta que buenamente pasen.

La segunda e importantísima enseñanza fue que no podemos luchar contra el universo. El dolor que uno siente no se va a ir sólo porque no queremos sentirlo. Se irá cuando se vaya y mientras tanto tenemos que aceptarlo y aprender a vivir con él. El sufrimiento radica en luchar permanentemente contra las fuerzas del universo. Hay que hacer las paces con el dolor, saber que está ahí y que nos acompañará; es parte del proceso que estamos viviendo.

Gracias a estas 2 lecciones clave, dejé de preguntarme «¿por qué a mí?» y dejé de desesperarme tratando de ser feliz. Descubrí que soy feliz, que esta experiencia es parte de mí; es una cicatriz del alma y que el dolor me acompañará probablemente toda mi vida, pero con distintos matices e intensidades.

De hecho hoy, casi 2 años después de ese taller, soy una mujer serena que dejó hace mucho de llorar por los rincones. Gracias Jessica por enseñarme a calmar mi yo interior y respirar aire puro y nuevo…

(Pueden encontrar a Jessica en las redes sociales como @yogaoclonazepam)

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