Admiro mucho a las mujeres.
De hecho, estoy rodeada de mujeres notables que cada día me llenan de orgullo.
Comenzando por mi mamá que me enseñó a ser resiliente, aunque cuando ella me lo enseñó esa palabra aún no se había acuñado o al menos no se usaba. Su alegría contagiosa y optimismo desbordante imprimieron en mí, sin darme cuenta, esa capacidad para sobreponerme a la adversidad y ver siempre el lado bueno de las situaciones.
Mi hija, comienza a dar muestras de ser una mujer en construcción fuerte y sólida, que lucha con entereza por superar las vallas que el destino puso en la pista. Va rauda esquivando, saltando y rodeando esos obstáculos. Ha caído, y qué caídas las que ha tenido, a tan corta edad sabe cómo son las oscuras profundidades del desconsuelo y se ha levantado.
Mis amigas, mi team, cada una mejor que la de al lado, mujeres a carta cabal, profesionales de éxito, mujeres sensibles, sensatas, sinceras, honestas, alegres, generosas, buenas que la vida me ha regalado en bandeja no de plata sino de cobre; agradezco cada instante de esta vida tenerlas cerca, aunque la geografía ya no sea la misma, ni siquiera en la misma oficina que algunas todavía compartimos. Qué haría sin ellas, mi sostén, mi ánimo permanente…
Las amigas eternas del colegio, mis hermanas, presentes e incondicionales, con quienes cada reunión es como si el tiempo se hubiera detenido, excelentes e incondicionales amigas del alma.
Mis amigas de la vida, ejemplos todas ellas de coraje, de superación permanente, de quienes aprendo siempre y a quienes siempre quiero emular porque las veo superándose permanentemente emocional e intelectualmente.
Mis choclonas a quienes siento amigas antiguas como si las conociera de antes y a quienes aprecio y quiero con todo el corazón porque son presentes, auténticas, incondicionales y solidarias casi sin conocerme.
Mis amigas de oficina que se preocupan por mí todo el tiempo, amigas de mis amigas, hermanas de mis amigas, esposas de mis amigos o jefes, mi ex cuñada, mi ex sobrina, aquellas que se sienten mis hijas postizas con quienes es un placer conversar cada vez que las veo porque me enseñan y aprendo de ellas.
En esta época de tanta violencia contra la mujer, me conmueve ver la lucha permanente de las mujeres violentadas que no se callan y que a pesar de las injusticias perseveran en búsqueda de la justicia esquiva para que las nuevas generaciones puedan disfrutar de mejores escenarios.
Me inspira la sororidad en el mundo profesional para lograr que cada vez más mujeres puedan acceder a cargos de mayor responsabilidad y jerarquía.
Y aún más que eso, me conmueven los hombres que admiran a las mujeres, que luchan por convertirse en padres que den buenos ejemplos a sus hijos e hijas para poder desterrar de una buena vez el machismo enquistado en países como el nuestro en donde la mujer es un objeto que se puede tratar como una cosa y violentar física y emocionalmente como les apetezca.
Será por todo ello que me siento una feminista empedernida y por eso que discuto siempre con mi hijo defendiendo casi ciegamente a las mujeres porque siento que somos completas y ampliamente superiores a los hombres siempre atendiendo múltiples tareas al mismo tiempo, múltiples personas dependen de nosotras, todo gira en torno a nuestras coordinaciones porque somos multitareas, creo firmemente que intelectualmente somos iguales hombres y mujeres, pero emocionalmente les damos vuelta y media a los hombres.
Sin embargo, hace dos años la prostitución tocó la puerta de mi hogar directamente. Nunca imaginé que “el oficio más antiguo de la tierra” tendría que ver algo conmigo de manera directa. Pero así fue porque el difunto lo introdujo a mi hogar y las prostitutas se metieron literalmente en mi cama. Los motivos de sus decisiones pueden ser múltiples y no me interesa hacer un análisis sobre ello en este capítulo.
Lo que sí me pregunto es cómo es posible que haya mujeres que se venden como pedazos de carne por ropa Gucci para sus fotos de Instagram. Yo puedo entender que haya prostitutas que se dediquen a vender sus cuerpos porque se encuentran en un callejón sin salida y no encuentran otra solución y necesitan alimentar a sus hijos o a sus padres, o a sí mismas, o son víctimas de trata de personas. A ellas, mis respetos y mi máxima empatía. Me imagino el dolor de tener que vivir una vida así forzada por las injusticias de la vida.
Pero en esta etapa de mi vida y por las circunstancias que me tocó vivir, me vine a topar con esta “casta” de mujeres que se venden al mejor postor para vivir sin trabajar, para que las lleven de viaje, para que les compren ropa de diseñador, para que les paguen hoteles lujosos, para que las lleven en primera clase, es decir para ser la puta de un viejo y eso no lo entiendo.
¿Qué clase de trauma infantil tienes que haber sufrido para tener una vida tan vacía? ¿Qué ven esas mujeres en el espejo luego que se ofrecen en alquiler? ¿Qué hacen para poder dormir luego de haber renunciado a todos sus principios o acaso nunca los tuvieron? ¿Qué sienten en la soledad de su habitación cuando regresan a su casa y ya no deben fingir para la cámara? ¿Cómo miran luego a sus padres? ¿Tienen una persona a la que aman de verdad? ¿Los engañan? Tantas preguntas que han surgido en todo este tiempo y que quizás sean tontas para algunos, pero que yo nunca me las había planteado pues éste es un universo paralelo con el que no había tenido contacto hasta ahora. Quizás más de uno sonría y piense que soy muy ingenua al plantearme estas interrogantes, ya que con sólo ver el Instagram uno se da cuenta de la realidad, pero es que recién ahora lo he internalizado.
Sin embargo, sigo siendo feminista. Sigo pensando que las mujeres que lo damos todo, que luchamos desde nuestra esquina por la defensa de nuestros derechos, que somos multitarea, que somos profesionales a carta cabal, que somos superiores emocionalmente a los hombres (me disculparán mis amigos hombres, en especial mi hijo) somos la mayoría. Y que aquellas mujeres de alquiler tendrán sus propias luchas internas que batallar por algún abandono del cual han sido víctimas. En algún momento se darán cuenta lo vacías que están y que mirar el lente de ese viejo estúpido que les paga los viajes para luego pagarle con su cuerpo sólo las llevará por un despeñadero que les traerá desdicha, vergüenza y mucho odio hacia ellas mismas. Desearán retroceder, no podrán escapar de su pasado y no podrán ser un buen ejemplo para sus hijos, si algún día los tienen. Recapacitarán, pero jamás podrán escapar de sus demonios internos que las perseguirán por siempre.
¡Si te sientes tentada por un micro segundo de tener una vida fácil, con muchos likes en Instagram, con viajes gratis, con ropa de diseñador, sin trabajar, detente! Piensa que nada es gratis en esta vida. Tu amor propio. El respeto hacia ti misma y hacia los que te aman debe primar. El precio de una mala decisión como esa es demasiado elevado. Estás a tiempo de seguir el camino correcto y ser una mujer de verdad, con EME mayúscula.