Durante esta cuarentena, no podía faltar en mi casa una de las actividades que más placer me producen: armar rompecabezas. Siempre me gustó armarlos y por eso en mi casa hay varios de ellos enmarcados.
El día de hoy que cuento con más información acerca de las actividades que brindan paz mental, sé que armar rompecabezas es una actividad mindfulness, o sea que te permite estar aquí y ahora sin que los pensamientos que se agolpan te atrapen.
Por eso, y pensando que la cuarentena se podía sentir larga (¡nunca imaginé que sería tan larga!), el primer día de cuarentena que fui al supermercado para abastecer mi despensa, fui directo a la juguetería (era la única loca ahí, mientras los demás se arranchaban los atunes y los papeles higiénicos) a escoger uno, que es el de la foto de este post.
Muy contenta lo inicié y resultó muy difícil, por lo que todos los días, desde hace 40 días, me siento una hora entera a sumergirme en sus piezas.
A pesar del calmante de pensamientos que esta actividad es para mí, no pude evitar que mi mente me trasladara al año 2007. Estaba yo casi terminando uno cuando, no sé por qué razón, el difunto furioso me aventó todas las piezas al piso. Por supuesto, casi de inmediato me pidió perdón, como solía hacer para enmendar sus exabruptos y yo, como podrán deducir, lo perdoné.
Durante mucho tiempo he tratado de recordar qué fue lo que hice o dije para “merecer” semejante reacción. Hoy sé que no importa lo que dije o hice. Esas reacciones no se deben tolerar.
A veces uno tiene muchas señales de la relación tóxica en la que vive, pero nada “amerita” terminar la relación porque son hechos “aislados”, “mínimos”, “sin importancia” que no pueden hacerlo a uno dejar a esa persona.
Sin embargo, todos esos hechos aislados son parte de un problema que debe ser resuelto a la primera señal de violencia. Y esta violencia a veces nunca se torna física, es decir con golpes y moretones. La violencia silenciosa o que va resquebrajando la autoestima, el bienestar emocional de las personas, es tan dañina como un puñetazo y además es invisible.
No le cuentas esas “pequeñeces” a nadie porque sientes que estás exagerando. ¿Quién en su “sano juicio” se divorcia por un manotazo a un rompecabezas, por el malhumor casi permanente, por burlarse o ningunear tu activismo feminista o progay, por la falta de manifestaciones de afecto con sus hijos, porque no le gusta acompañarte a ninguna reunión social, por subirle el volumen al televisor cuando quieres tener una conversación, por tener malos modales?
Nadie ¿verdad?
Pues lo deberíamos hacer más a menudo. Todos podemos tener uno que otro exabrupto en la vida, pero cuando los exabruptos son la regla y no la excepción, debemos encender nuestras alertas y evaluar. Pensar un poco más de lo que se siente.
Mi gran error, y por el que ya me perdoné, lo cual me ha costado mucho esfuerzo, fue sentir primero y pensar después. Creo que la razón y el corazón deben actuar coordinadamente. Y si tu cerebro te advierte que te están dañando, tu corazón debe prestar atención, evaluar y tomar una decisión que, aunque duela en el momento, será lo mejor para ti en el futuro.
Y ¡OJO! el abuso puede venir de los padres, l@s cónyuges, l@s enamorad@s, l@s hij@s, l@s herman@s, l@s amig@s, l@s jefes, así que muy atentos todos para no permitirlo. El amor propio va primero y podemos poner punto final a cualquier relación que nos dañe. Sea quien sea el abusador. No permitas que te digan nunca “es tu papá”. Si te daña, déjalo.
Yo debí dejar al difunto muchos años antes de que el huaico se desatara. Pero no lo hice. No hay nada que yo pueda hacer para retroceder el tiempo. Pero sí puedo seguir escribiendo estas líneas para que tú no toleres ningún abuso físico o emocional.