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46. Un recorrido por la caja boba de los 70s y 80s

Cada vez que mi papá me veía frente a la tele, me retaba diciéndome que era una caja boba y le fastidiaba que perdiera el tiempo frente a ella. A él le gustaba llevarme a ver, a mis escasos 12 años, películas como Sacco y Vanzetti de Montaldo o Historia de un Matrimonio de Bergman o Manhattan de Allen. Yo me retorcía en la butaca porque era muy chica para esos temas tan densos, pero eso me ayudó a tener desde pequeña un nivel de vocabulario y un tema de conversación distintos a mis coetáneos. También le gustaba llevarme a los abonos de la sinfónica y me recuerdo contando en el programa cuántas partes faltaban para que el interminable concierto por fin acabara.

No pocas veces mis amigos se burlaron de mis puntos de vista o de mis palabras rebuscadas o de la música que me gustaba escuchar además de las canciones de moda y eso me fastidiaba. Yo quería ser igual a todos, no distinguirme, mientras que mi papá me atormentaba insistiendo con que fuera diferente. Hoy lo soy tanto que mi papá se sorprendería gratamente.

Lamento mucho que ya no esté acá para compartir con él las películas que no aproveché a los 12 años o los conciertos que me parecieron interminables en su momento. Quisiera volver a los festivales de cine arte, al Cinematógrafo de Barranco, a los abonos de la sinfónica, al Berimbau… Tendríamos tanto que discutir de política, un tema que nunca (hasta hoy) me interesó y que él insistía en abordar en cada sobre mesa.

Pero volviendo a la caja boba, recuerdo con inmenso cariño y nostalgia esas tardes post colegio frente al Zenith en blanco y negro con su control de 2 botones, transportándome a esos universos mágicos que se escondían tras sus tubos y circuitos eléctricos. No fue hasta 1980 que hubo tele a color en mi casa, de manera que todos los recuerdos de esa época los llevo en mi mente en color sepia, incluyendo los dichosos puntitos que aparecían cuando se acababa la programación del día, algo inverosímil para las nuevas generaciones. Sí, había sólo 2 canales y la programación se terminaba!

Una de mis series favoritas era La Familia Ingalls, esa pequeña casita en la pradera muy humilde pero llena de amor, generosidad y solidaridad, donde el papá era ese ser grandioso que todo lo solucionaba, que moría por sus hijos y seguía enamorado de su esposa como el primer día. Era mi ideal de familia. Mis papás estaban separados y no había nada que yo anhelara más que tener a mi familia unida y feliz como en la tele. Lloré cuando Michael Landon murió 😦

Otra serie maravillosa que recuerdo con inmenso cariño y que veía cada tarde después del colegio era Hechizada. La bruja buena que con sus movimientos de nariz era capaz de hacer y deshacer a su antojo. Con su esposo Darren, su hijita Tabatha y su hijito Adam formaban otra de aquellas familias que yo anhelaba tener y que podía disfrutar por media hora cada día. También lloré cuando Elizabeth Montgomery murió 😦

No podía faltar en mi tarde post escolar las ocurrencias de Mi Bella Genio con su botella hermosa donde vivía prisionera de su amor imposible al Capitán Nelson.

Finalmente, en mi bobo menú diario estaba de cajón La Familia Monster donde el personaje que se robaba el corazón era el más feo y monstruoso de todos: Herman

En realidad, la caja que me acompañó en la niñez de boba no tenía nada si la comparamos con la mala calidad de los programas emitidos el día de hoy por cadena nacional. Ya no hay puntitos que nos obliguen a ir a dormir temprano, ni televisores en blanco y negro, ni controles de 2 botones. Tampoco está mi papá. La vida pasa, los tiempos cambian, pero nos queda el buen contenido y la buena música para transportarnos a esos momentos que nos traen de vuelta nuestra niñez y nuestro candor.

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