Siempre he odiado las montañas rusas. Las pocas veces que me he subido a una, lo que más he odiado no es la sensación de vértigo en el momento de la caída, sino la espera en la fila. Esa sensación de atrapamiento, de no poder escapar, de estar en un lugar en el que no deseo estar, eso es lo peor para mí.
En los últimos 5 años, el destino se ha encargado de darme un paseo (que a ratos parece interminable) lleno de adrenalina, con subidas y bajadas tan inesperadas, como angustiantes y emocionantes.
Hace una semana viví mi último paseo en montaña rusa. Mi mamá murió luego de una enfermedad degenerativa que la apagó delante de mis ojos como una velita. Esperar su muerte fue como estar en la cola de la montaña rusa. Esperar lo inevitable. Esperar lo que venía y estar atrapada en ello. Pero no más atrapada de lo que ella estaba por la enfermedad, de manera que ansiaba el aventón para que dejara de sufrir.
Por lo general, luego de cada caída, que usualmente uno hace gritando, viene la paz de saber que ya concluyó la tortura y satisfacción por haber llevado a cabo una empresa que te asusta. Para la muerte de mi mamá tuve un año de preparación. Es curioso que por motivos MUY diferentes, ella también haya muerto mucho antes de irse de esta tierra. Ya no era ella. Había que hacer uso de microscopio para atisbar a la mujer vital, alegre, bailarina y cantarina que siempre fue y que es como la quiero recordar.
Tuve la mejor mamá de este planeta. Me deseó con todas sus fuerzas desde muy temprana edad y allá en la tierra de los que van a nacer, escuché su llamado y la escogí como mamá. Siempre cariñosa, siempre dulce, siempre ayudándome, siempre aconsejándome, siempre enseñándome cosas buenas, siempre resiliente (demasiado!). Aprendí de ella a ser una buena mamá (al menos mis hijos piensan eso), a ver el lado bueno de las cosas, a ser cariñosa, a ser honesta, a llenar el espacio que ocupo con luz (o por lo menos intentar).
Le dije siempre cuánto la amaba y estoy segura de que ella lo sentía y lo sabía. Hoy está sentada acá a mi lado, sonriendo por las cosas que escribo y diciéndome “hijita linda” con esos tono y dulzura tan de ella.
Te extraño mami, siempre lo haré. Cuánto hubiera disfrutado de tu compañía en esta pandemia. Jugar canasta y continental como tanto nos gustaba, reírnos de tonterías, abrazarnos y acompañarnos como sólo tú y yo sabíamos. Éramos una dupla genial ¿verdad? En todos esos años en los que nos dejaron solitas no hubo una sola noche que yo durmiera en mi cuarto. Nos quedábamos dormidas luego de carcajearnos por horas en la oscuridad de tu habitación. Y así noche a noche me enseñaste a ser feliz con las cosas simples de la vida.
Espérame mami. Mi viaje también llegará…