Agencia de ONU para la Salud: “La violencia de género es un lastre generalizado que las mujeres empiezan a sufrir a edades muy tempranas y que se ha agudizado con los confinamientos debidos a la pandemia; un tercio de las mujeres del planeta es víctima de violencia física o sexual, generalmente desde que es muy joven: casi 736 millones la padecen a manos de una pareja o de otras personas; una de cada cuatro jóvenes de entre 15 y 24 años que ha tenido alguna relación íntima la habrá padecido al llegar a los 25; los datos revelan que el problema no ha disminuido durante la última década y se sabe que se ha agravado durante la pandemia de COVID-19; lo más alarmante es que el fenómeno no ha retrocedido en los últimos diez años y, peor aún, que se ha exacerbado durante los confinamientos ordenados por la pandemia de COVID-19” – marzo 2021
Imposible permanecer indiferente ante esta situación tan terrible que indefectiblemente gatilla en mí memorias reprimidas por vergüenza o temor.
El primer depredador apareció cuando yo era muy pequeña, tan pequeña que las memorias son borrosas, no lineales y confusas. Tendría unos 5 o 6 años y no sabía lo que ocurría. Hoy no me queda duda que lo que ocurrió fue abuso sexual que felizmente no llegó a consumarse en una violación. Era un hombre mayor muy cercano a mi familia que, a primera vista, parecería incapaz de cometer una agresión de esa naturaleza contra una sobrina nieta. Esos recuerdos siempre dieron vuelta en mi cabeza y de cuando en cuando afloraban, pero la necesidad de autoprotección hizo que yo mantuviera al margen ese recuerdo. Con los años, los hechos fueron tomando forma y muchísimos años después, los verbalicé y se los conté a mi mamá. Fue con la única que lo hablé hasta hoy y me siento muy aliviada de haberlo sacado de mi organismo pues cuando suceden cosas así, es inevitable sentir una culpa que a las mujeres se nos va instalando en el ADN apenas nacemos.
En otra oportunidad, aún estando en primaria, en una kermesse de mi colegio, una amiga y yo fuimos atraídas por un sujeto que nos dijo que nos enseñaría trucos de magia. Nos llevó a un salón donde no había nadie. Se colocó detrás nuestro para “enseñarnos los trucos” y de pronto me di cuenta de que había sacado su miembro y se frotaba así contra nosotras. Mi amiga no se había dado cuenta; la agarré de la mano y salimos corriendo de ahí. Nos hubieran podido violar, pero también esa vez me salvé de ello.
Durante mi adolescencia, a los 12 años, sufrí por primera vez abuso al paso en una calle de provincia, la clásica “metida de mano” que no había chiquilla que no sufriera. Nadie analizaba ni censuraba eso. Simplemente si te ocurría, llorabas un poquito, se lo contabas a tu mamá, te consolaban y fin. Nunca más sentí la calle un lugar seguro para mí.
Más adelante, ya en los últimos años de secundaria, cuando viajaba en autobuses, innumerables veces fui violentada. Era algo “normal”. El suceso que recuerdo con más indignación fue un hombre que se subió al autobús y fue directamente a agarrarme un seno, yo me quedé congelada, nadie dijo nada y el fulano se bajó en el siguiente paradero. Aún recuerdo esa sensación de impotencia, rabia y terror.
Avanzo en mi línea de vida y a los 18 años me encuentro con un funesto y desagradable enamorado fugaz que tuve. En una oportunidad que fuimos al cine, me pasé toda la película aterrorizada porque el hombre que estaba sentado a mi lado me parecía peligroso y tenía miedo de que en algún momento me agarrara la pierna. No le dije nada a mi enamorado porque habíamos ido con su papá y no quería pedirle cambiar de sitio para que pudiera seguir sentado a su lado. Obviamente tampoco le dije nada al sospechoso porque me moría de miedo. Al final de la función le conté a mi enamorado lo sucedido y el miedo que había sentido. Me dijo “Sí me di cuenta, pero pensé que te gustaba”. De verdad no puedo creer cómo permití que me respondiera algo tan aberrante como eso y no entiendo por qué no lo mandé a volar en ese instante. Durante mucho tiempo sentí culpa por no haber reaccionado de una manera adecuada ante semejante violencia verbal.
Por muchos años pensé que el abuso sexual siempre ocurría en un callejón oscuro y con mucha violencia. ¡Ya no! Hoy sé que te abusan sexualmente cuando te dicen cosas asquerosas en la calle, cuando se sacan el preservativo sin tu permiso, cuando te atacan abusando de su fuerza, cuando te exigen sexo debido a tus necesidades económicas, cuando te violan aprovechando que estás alcoholizada o drogada, cuando tu pareja te pide hacer cosas en la cama que no te producen placer, cuando te exigen sexo a cambio de un ascenso, cuando te tocan sin permiso, cuando te exigen sexo aunque no tengas ganas, cuando te dicen puta explícita o implícitamente, etc., etc., etc.
Que seas prostituta no es una razón para que te abusen sexualmente.
Que seas su esposa no es una razón para que tu esposo te abuse sexualmente.
Que te pongas ropa sensual no es una razón para que te abusen sexualmente.
Que seas promiscua no es una razón para que te abusen sexualmente.
Que seas drogadicta no es una razón para que te abusen sexualmente.
Que seas alcohólica no es una razón para que te abusen sexualmente.
¡Tú no eres la culpable!
Tengo claro que también los hombres pueden ser abusados sexualmente, pero hoy he querido poner el foco en las mujeres porque estamos en marzo, mes de la conmemoración de todas las víctimas de feminicidio y porque quise hablarles de mis propias experiencias.
Las niñas deben crecer en ambientes seguros, pero también deben saber los peligros que enfrentan y cómo defenderse. El padre, tío, hermano, amigo, profesor pueden ser abusadores. Deben saber reconocer las señales de alarma y tener la confianza para denunciar y contar con un grupo de apoyo para evitar que un NO tenga como consecuencia un feminicidio más.
Es difícil hablar de este tema, pero es justo y necesario.
¡Háblalo con tus hijas!