En los años de vida que tengo, que no son pocos, he aprendido muchas lecciones, especialmente en los últimos años.
Una de las más importantes y útiles ha sido aprender a disfrutar de cada minuto de la vida con compañía o sin ella, o sea en soledad.
Felizmente para mí, la soledad nunca fue un monstruo. ¡Al contrario! Es mi amiga y la recuerdo presente en mi vida desde muy pequeña.
Fui la hija única de personas muy aprensivas y nerviosas, de manera que gran parte de mi niñez la pasé en mi casa jugando sola con mis muñecos. No tuve barrio y sin embargo recuerdo mi infancia muy feliz y divertida.
Incontables utensilios de mi casa se convirtieron innumerables veces en micrófonos y la escalerita del baño me sirvió de auténtico escenario para interpretar muchos musicales y canciones de moda en un idioma ininteligible para los demás al cual yo llamaba inglés.
Las panties de mi mami sirvieron de pelucas y su ropa fue el vestuario mágico que me transformaba en aquellas voces hermosas que escuchaba en los longplays de mi papá. Durante varios años las escenas de The Sound of Music, My Fair Lady o de West Side Story, por mencionar sólo tres de las que más me gustaba escenificar, existieron únicamente en mi imaginación.
Las puertas de mi casa eran departamentos y mi cuarto era mi casa. “Salía” a comprar y dejaba bien cerrada la “puerta” de mi casa para que a mis “bebés” no les pasara nada.
A veces me provocaba ser profesora y colocaba a todos mis muñecos en mi cama. Mi mami me había comprado una pizarra (de tiza por supuesto) en la que yo enseñaba muchas asignaturas.
Cuando fui adolescente, mi casa se llenó de mis amigos del colegio. Siempre las reuniones eran ahí. Mi casa estaba cerca del colegio y a mis amigos les gustaba ir porque nadie nos molestaba y mis papás eran muy buena onda. Pero a pesar de la casa llena de mi adolescencia, siempre mantuve un espacio de soledad. Me gustaba escuchar música y leer. También escribir y estar conmigo misma. Ser hija única me marcó.
Luego vino una época larga y atareada, la universidad, los hijos, el trabajo. Casi no tuve tiempo de estar sola en esos tiempos pues había mucho que hacer y tenía que multiplicarme para cumplir con todas mis obligaciones. Hoy que escucho a mis amigas con hijos pequeños que viven de aquí para allá con los temas infantiles, me alegro de ya haber pasado por eso y tener todo el tiempo del mundo para mí. Me levanto una hora antes de mis obligaciones o compromisos y sólo debo preocuparme de alistarme a mí.
En efecto, los hijos ya son adultos. Me necesitan para que los engría, les dé afecto y les solucione la vida (¡cómo no!), pero es una necesidad únicamente de engreimiento, no de obligación, por lo que soy dueña no sólo de mi destino, sino de mis horarios, especialmente los fines de semana que no tengo que trabajar.
Durante la pandemia que a todos nos trajo duras pruebas de resiliencia y adaptabilidad y donde hubo necesidad de paciencia con las emociones y tolerancia con los miedos, mis hijos viajaron, mis papás murieron, y me encontré sola en mi casa.
Siendo una persona extremadamente sensible, pensé que la pasaría llorando por los rincones por mis papás y por mis hijos, sintiéndome miserable. Sin embargo, me sentí feliz. La muerte de mis papás fue un golpe, ni que fuera de piedra, pero los recuerdo con felicidad y siento que me acompañan siempre, especialmente mi mami. Mis hijos estaban contentos y ocupados y su felicidad es la mía por lo que no hubo motivo de sufrimiento. ¡Al contrario! Tuve mucho tiempo para dedicar al estudio y al arte.
Definitivamente gustar de la soledad y disfrutar de mi propia compañía desde pequeña ha sido un ingrediente vital para no sentirme sola prácticamente nunca, ser feliz y aprovechar el tiempo haciendo todo lo que me satisface.
“Cada persona necesita aprender desde la infancia cómo pasar tiempo con uno mismo. Eso no significa que uno deba ser solitario, sino que no debiera aburrirse consigo mismo porque la gente que se aburre en su propia compañía me parece que está en peligro en lo que a autoestima se refiere” – Andrei Tarkovski
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